Diario en Djerba

NO Ulises, no.
No su prisa incipiente,
la búsqueda del todo.
Tan sólo un signo oscuro,
febril como el deseo, como el pulso
de un lúgubre cuaderno de Bitácora
en un barco perdido
que manejaban siempre
manos que no son mías,
pupilas que reflejan otras costas
y labios que han hollado en otros pubis.


A llegué yo aquí, surcando mares
y aeropuertos vacíos en frías madrugadas.
Apenas labios muertos
que callan cuanto saben, o que escupen
todo su desamor en sucios suelos
que no barre el olvido,
me vieron arrastrando las maletas,
secándome la pena en los lavabos,
sellando un pasaporte hacia el destierro
que me dieron tus ojos.


DE todos modos,
el camarero hubo de molestarse
por la insolencia con que dijiste a voces
que no llevabas bragas,
y era frío el escay bajo la falda,
y vámonos a casa
–usted qué mira–,
y ver la madrugada penetrando
a hurtadillas entre los edificios,
hasta dar con el mar
y despertarlo.