Las estaciones marginales

Poética

La vimos como vimos las aceras,
los desfiles, las condecoraciones.
La vimos y sentimos sus pasiones
como quien se arrebata en primavera.

También sentimos, duros, sus desdeños,
su no pararse aquí, su irse de largo;
su cadencia obstinada, su letargo
y ese nunca dejarnos ser su dueño.

Y al cabo de los años comprendimos
como una rosa pálida, su hechizo,
su pozo de ansiedad. La poesía

es esa dulce forma de sentirnos
apasionados en el pasadizo
que va de tu canción hacia la mía.


La niña de los náuticos

Era domingo, en la ciudad llovía...
Nadaba entre los charcos, deslizaba
por la acera sus pies, mientras miraba
−sorprendida y feliz− que le decía:

¿Quedamos en tu casa o en la mía?
El suéter verde, el pantalón vaquero,
los náuticos azul de marinero,
y un culo respingón que sonreía.

Hoy hace veintitantos de aquel día
de diluvio de fin de los setenta,
y se me eriza el pelo todavía

cuando recuerdo cómo amanecía.
¿Cómo acaba la historia? Si hoy es lunes...
¿qué hora es en Madrid, si es mediodía?


Combate

Esta boca que sangra de nombrarte
y esta noche sin luz y sin estrellas,
yermas mis manos sin tu pecho en ellas
y abrasados los ojos de mirarte.

De la locura de tu cuerpo ausente
al brillo de tu piel junto a la mía
y al adentrarme en ti, la letanía
que cantaba tu lengua combatiente.

Para mi cama, un armazón de sueños…
Gritaba amor donde antes callé miedo,
radiante el sol después del aguacero.

Solos ayer mis dedos, y ahora dueños
de la selva de plata en que me enredo.
Como la ofrenda a un dios, mi cuerpo entero.